La primera vez que me engañes, será culpa tuya;
la segunda vez, la culpa será mía.
Proverbio árabe
Nunca olvidaré nuestro primer beso y me mata no poder recordar el último. Es ley de vida y de muerte. La primera vez teníamos tantas ganas que lo hicimos con alevosía y algo de cómplice nocturnidad. Ambos lo deseábamos más que seguir respirando en ese momento, y cierto que tu lengua casi me robó el aliento y mis dientes devoraban tus labios como una jauría canalla de perlas blancas y omnívoras.
El último tal vez fuera aquella noche en la que nos tiramos en el sofá una vez más y mientras yo te hacía el amor tu lo deshacías, me hacías el desamor, esta vez sí, premeditadamente.
Pero no, imposible, tuvo que haber sido días más tarde, porque yo sé (sigo creyendo) que tu no eres mala, sino que te dibujaron así, como solías decirme cuando, al llegar a casa, me sorprendías usando todas y cada una de tus armas para disparar a lo más profundo de mis obsesiones.
Sabes que no sé bailar y, sin embargo, perdí la cuenta de las danzas, amarraditos, mientras me susurrabas preguntas más que retóricas que casi no podía contestar porque la sangre no me llegaba al cerebro ocupada en distribuir oxígeno a cada poro de mi piel. Sabes que este baile terminará en un tango y ese tango lo bailarás desnudo… y metías el signo de interrogación con la punta de tu lengua en mi boca para disolverlo como un chicle de menta.
Te soltabas el pelo, te desprendías de toda inhibición social, moral o religiosa y pasabas del amor al sexo con la misma rapidez que il preste rosso en invierno, allegro non molto, tus dedos en mi nuca y tus pezones clavaditos como dos dardos rodeando mi corazón, tu boca mintiendo, tus labios acorralando mi sexo en una perfecta estrategia de guerra de guerrillas, tu táctica predilecta, mi tortura preferida: el calor mezclado con el dulzor del deseo, el picante del ansia, el acre recuerdo de la unión perfecta, infinita e inevitable de la luna y el mar, el salobre sabor del sudor y el amargo despertar de hoy.
Pero, ya ves, puedo escribir. Qui lo sa, tal vez, algún día recupere lo que nunca tuve, lo que todos se empeñan en creer, lo único en que soy confiable, la maldita incapacidad de, para, para, stop.
Mas pero sin embargo el verso cae al alma como al pasto el rocío.